queyoque

martes, mayo 24

Piedra de mar

Antes de empezar me permito tomar el tono del narrador para que se sienta el ambiente ¿no? Ahí está. Ya salió. Bueno. Piedra de mar. Piedra de mar la llamaría yo una novela adolescente. Completamente citadina y juvenil. Digo pues, prácticamente me siento en la Caracas de los 60 escuchando a un tipo contándome su vida. Tipo porque estaba entre niño y hombre. Terco cual chico y sensual como adulto. El amigo Corcho le suelta la historia a José de su sábado. Bueno y del domingo. Escribe los dos días lo que vive en ambos. Hay puntos que se escriben al momento. Aplausos para Carecorcho que llamaba a sus amigos buscando qué escribir. Y los amigos ignorantes de su obra, le trancaban el teléfono o le decían que dejara el fastidio. Pero el tipo empeñado en escribir. Enamorado, estaba. Así es la cosa. Claro que no estaba seguro de quién estaba enamorado. Comienza con Carolina pero al final lo vemos con Kika. Carolina es su amiga. Están en la playa. Corcho la ama pues. Y se lo quiere decir. Pero no puede porque el enano de Marcos siempre se la lleva. Lo hace a propósito. “Marcos, Carolina no gusta de ti, sabes que te dijo que no tres veces seguidas”.

Marcos sale desde las primeras páginas como el propio imbécil. Tal vez lo era. Tal vez eran sólo los celos del pobre Corcho. Entiéndanlo. Enamorado y dispuesto a decirlo pero no le daban chance. En la historia Marcos lo acompaña a una fiesta, le presta dinero y otras cosas que en verdad no importan porque no son amigos. No podía hacer pipí frente a él. Pudo en una alfombra, en un estacionamiento. Pero no podía frente a una persona que no era su amigo. Así sabía quiénes eran los verdaderos.

Bueno Carolina. Ella es la primera de todas. Carol es la amiga de la que está enamorado. En la playa le iba a decir pero estaba con el patán. Como que se pelearon y Corcho volvió a Caracas sin ella. Pero la pensaba. Todo el tiempo. La historia está hecha en dos días y Carolina es la que lo cambia todo de la noche a la mañana. Que si no ha llegado a la casa, que si va a la fiesta, que si llamarla y decir que es Marcos. Y la mamá otra cosa. “No sigas viendo a ese muchacho. Es por tu bien”. Si hubiera sabido que el muchacho estaba escuchándola. Hay demasiado que decir de Carolina. No tengo idea de por dónde agarrar. A ver. A Corcho le gustaba ella. Ella no le paraba mucho. Marcos siempre estaba metido. Creo que fue el rechazo de Carolina lo que lo llevó a Kika. Bueno a muchas cosas lo llevó. De rascarse a aburrirse a llamar a todo el mundo. Pero Kika es lo más importante.

Kika entró como si nada. Al relato. Como después de la fiesta. Marcos pensaba que Kika estaba enamorada de él. Qué vaina. Por algo que dijo de una revista. Ajá. Es la amiga de la que se va enamorando. Yo creo que es más que nada por Carolina. Corcho dice “A Carolina yo la necesitaba más que a ti. Pero contigo me sentía mejor.. Con Carolina estaba todo el tiempo como acorralado, como asustado. Contigo en cambio, me sentía cómodo, tranquilo”. Al final es Kika quien lo salva de su propia miseria. Le quita el revólver, le brinda un jugo, lo lleva al teleférico. Le consigue casa mientras tanto. “Llega a las nueve”. Escribe Corcho, más feliz imposible, mientras amanece.

José y Julia. Son una unidad. Tienen sus problemas pero no se sueltan. Una vez estuvieron como a punto de pero no sabían. O José no lo terminó de contar para que no estuviera en la novela. Sería una canallada. Julia es la razón de que José no conteste el teléfono. No importa cuanto lo necesiten. Si es porque está en el café sin dinero o se está muriendo. Nada. Casi ni le habla porque Julia está en la sala. Y se creó la regla de tocar la puerta antes de entrar. Causa de que José lo botara de la casa. Por estarlos viendo.

Que si Lagartiga, que si Flautín, Sonia, Nancy, Betty. Amigos y conocidos que no son personajes sino que dan la atmósfera. Si es importante Jania. Nunca supe si era real. Creo que él tampoco. “Permítanme mentir por cuatro páginas”. Y se pierde en recuerdos de ella. ¿Es o no es?

Clase media caraqueña de la época. Que se hablaban que si así “ y ella y que tal” ¿no?  A veces es muy rápido y otras lento. Que si cuando ve a la Parapara o en la fiesta, detalles cruciales y sentimientos graficados tal cual en tu cara. Y otras que en el cuarto de Carol, y en un dos por tres estaba en la acera escupiéndose en el pie pinchado. Es que no encuentro que palabras usar para decir que los diálogos y tal son tan reales. Me metí en la historia pues. Como si fueran mis amigos contándome de esto y de lo otro. Pero se pone profundo, intenso. Explica sensaciones que yo no imaginaba. Cuando está en la playa se siente como una gota de aceite. Después de un beso largo le da cojonera. Cuando está molesto con el enano quiere apretarle la cabeza. Cosas que ni pensar.

Bueno se hablan y se cuentan entre ellos los sinsabores de una adolescencia enamorada, y los otros full-de-sabor que daban un brillito distinto a esos días de soledad que daban ganas de suicidarse. “Palabra que quería morir”. Pero era porque no la tenía fácil. Corcho dejó de estudiar un año porque Carolina se fue a España. El papá quería que estudiara afuera o algo así. Y resulta que ahora ella no lo quiere. Hasta lo botó de su cuarto. Está destruido. En un solo fin de semana se convierte en otra persona. Se vuelve nada y se arregla en dos días. Suficiente para pensar el la universidad, la novela, pasear a patita por Sabana Grande, Chacaíto, Altamira; dañarle la fiesta a una niña bonita, perderse en las relaciones de otros. Buscándose a sí mismo.

Sin capítulos ni nada. Es un balazo. Una bala fría le dicen. O más como un combo, todo en uno. Se da una cadena de acciones, todas salidas unas de otras, sin enredarse. Sucesivamente se cuenta y se cuenta, se dispersa, sigue contando. No se pierde el seguimiento. Las referencias al principio y cosas anteriores ayudan a recordar y mantener el sentimiento de una cuestión ya pasada. Hasta el final se habla de la playa. Y se entiende que se siente como al comienzo. Todo, con sentimiento.

lunes, mayo 16

Mi caja

Mi caja representa más que mi infancia, es el significado de mi pasado, como una reunión de todos mis recuerdos. Pero la infancia no es solamente esos recuerdos, son todos los recuerdos. Mis hermanos, mamá, papá y todo el que tuvo parte se llevó consigo un pedacito de mi memoria.

Para mí la infancia es como un clóset. Sus puertas se abren constantemente y, aunque acostumbramos a tomar las cosas más nuevas, esas viejitas siempre están al fondo, esperando. Variedad de colores y estilos inimaginables, cosas que a veces ni sabíamos que estaban ahí. Experiencias pasadas como ropa, la tomas y te la pones, y por un rato sientes lo que sentiste entonces.

Parece estar llena de simbolismo, una infancia trucada. Pero mi caja es simple, dividida en cuatro por épocas. Al fondo se ven los colores fundidos pero contrastantes, como mi infancia: pacíficamente unida pero siempre activa. Entre fotos y juguetes se siente el aire de bebés emocionados con papás principiantes. Hay cosas que ni recuerdo como hay cosas muy recientes. No significa que aún sea infantil, sino que trato que mi memoria esté latente, trato de vivir un pedazo y ponerme mi ropa vieja cada día.


Experiencia escolar

(Este texto lo dedico a Valentina, porque puedo)


La alarma de mamá sonó a las seis como todos los otros días, pero éste era diferente. No tuve que ponerme el uniforme, pues no iba al colegio. Iba a un colegio, sí, pero no al mío. Un colegio completamente extraño a mis sentidos. Hasta hoy recuerdo lo que vi cuando entré. Niñas gimnastas saltando y volando por todas partes. Me emocioné a pesar de haberlo visto antes, pues era diferente a la gimnasia que yo hacía, tal vez sólo porque era gente desconocida.

En fila detrás de una señora que mamá dijo era confiable, subimos dos pisos y seguimos por varios pasillos a un salón con cuatro mesitas. Cada una tenía una prueba. Aquí es todo borroso, supongo que no presté mucha atención. ¿Multiplicar por cero? ‘Señora, a mí no me han enseñado esto’. ‘Está bien, mi amor, sigue con lo demás’. Aliviada por un tono condescendiente terminé la prueba rápido y salí a encontrarme con mamá.

Nos llevaron a otro salón, pero ésta vez lleno de niños extraños. Estaban cubiertos de escarcha dorada y pega. Examiné mi alrededor asustada. Cuando volteé, mamá y la señora no tan confiable se habían ido. Una señora nueva me invitó a unirme a los demás, me pasó una caja de pitillos y me presentó a Valentina. Ella también tenía pitillos, me sentí mejor. Valentina me enseñó a hacer collares rarísimos y me explicó que así los usaban los egipcios. Estaban preparando su proyecto sobre Egipto. ‘Con razón todos dorados, pintando gente plana con brazos raros’, pensé. El resto de la hora estuve haciendo collares, viendo todo tipo de expresiones artísticas que se pueden encontrar en un salón de segundo grado imitando una antigua cultura.

A la hora del almuerzo bajé con Sara y nos sentamos en la esquina de una mesa. No hablamos con nadie hasta que una niña se sentó cerca. Ella comía ensalada. A mí me gusta mucho el tomate. Hice que Sara le pidiera uno a Marianne, que luego sería su mejor amiga. Creo que hablamos de su ensalada y de los otros niños. Tampoco presté mucha atención a esto porque estaba asombrada, nunca había almorzado en el colegio.

Pensando que era cosa de una sola vez, me despedí de mis conocidas-por-un-día como si no las volvería a ver. Nunca entendí bien que hacíamos ahí hasta que oficialmente empezamos clases. Tercer grado, Valentina estaba en mi salón y me gustaba mi maestra nueva. Agradecí que la señora no tan confiable no fuera mi maestra, era la de la otra sección. Nuevo horario, nuevas clases, nueva forma de almorzar. Tiempo para hacer nuevos recuerdos.

Mi primera lectura

“El libro de los 365 cuentos infantiles” es de los más trascendentes en mi casa. Aunque no recuerdo si leía o me leían, es le libro que lleva mi memoria más atrás. Entre mis cuentos favoritos siempre estuvo el de aquél Rey que creyó a su sastre que estaba impecablemente vestido, cuando en realidad salía al público desnudo, completamente destapado, perdiendo así toda credibilidad y respeto de sus súbditos.

Muchas de las historias me hacían gracia, pero hasta ahí. Años después los vuelvo a leer y entiendo detalles que no significaban nada para mí. Cuando pienso en esto me doy cuenta que es aplicable a toda mi infancia; como repasar mis recuerdos y capturar un momento que escapa totalmente mi comprensión pero que ahora tiene muchísimo sentido.

Mamá comenta que varias veces quise ser hija única, no era fácil compartir la atención con otros tres. Se puede decir que entre todos sumábamos más juguetes que los demás niños, o un centenar de niñeras y enfermeras siempre pendientes de un mínimo ruido que iniciara el llanto de uno de nosotros (porque como buenos líderes y seguidores, llorábamos todos). Ese canto de lloraderas al unísono no se olvida.

Las ocasionales revisadas de nuestras fotos favoritas llevan siempre a un sinfín de anécdotas de risa para unos, de rabia resentida para otros, y hasta de reflexión algunas veces. Mi infancia fue más que entretenida, siempre acompañada, a veces celosa, pero aprendiendo a compartir. Forjó la habilidad para conllevar todo aspecto de la vida diaria con los mismos tres bebés con que leía mis cuentos favoritos.

Hablando de familia

El día comenzó raro: una llamada de papá distante para una visita inesperada. Sólo me senté ahí, confundida. Las palabras las entendí todas pero no lo había captado. Rebotaban en mi mente sin sentido. “Se murió el abuelo”. Me lo dijo papá pensativo y preocupado. Hace más de cinco años que lo sé aunque no fue hasta hace dos años, cuando lo discutimos abiertamente por primera vez, que me pegó. Puede no ser la mejor memoria, pero él es lo que pienso cuando se hace referencia a mi pasado.

Las historias de mis abuelos coinciden en varios puntos.  Ambos lados de la familia provienen de Portugal. Aunque de diferentes pueblos, la vida campesina es parecida: levantarse con el sol, perseguir para comer, criar para vender, y con el peso del esfuerzo en la espalda, irse a dormir al anochecer. Pocas son las diferencias entre el centro del país y la isla, pero son remarcadas. Los primeros en sucumbir a las tentaciones tropicales fueron los papás de mi mamá, que tenían el clima más parecido a lo que se puede llamar tropical. Esperando una mejor vida en un país en ascenso. Como si hubiera sido planeado, tuvieron su primera hija después de llegar. Ya establecidos con parte en un negocio de familia, dos años más tarde llegó mi mamá. Pasearon los cuatro a Portugal, donde se tuvo la tercera y devuelta a Caracas. Una hija más y el único hijo, y estaban listos. Muchas anécdotas de riñas y venganzas malvadas me dieron pie para idear unas propias, pero ellos la tenían peor. Eran cinco, todos de edades diferentes, y tenían que cuidarse unos a otros mientras abuela y abuelo atendían el restaurante.

Los papás de papá no se rindieron. Hoy se mantiene en pie mi abuela de metro y medio, plantando y cosechando a diario, bañándose y peinándose de vez en cuando, y perfumándose para las misas en honor al abuelo. Era una vida dura, cuatro niños y una niña que cursaron hasta el cuarto grado y se dieron al trabajo de campo. El mayor, Raúl, es el único estudiado y graduado de arquitecto. Segundo viene Augusto, que entre matrimonios y compañías contractoras terminó en la campiña francesa. Lorenzo vive, hasta el sol de hoy, en la casa que construyó al lado de la de la abuela, trabajando el terreno del frente para venta y comida. Quedan mi papá y Dorinda, los menores. Papi ya había pensado en irse, el hecho que disparó sus motivos fue la recluta al ejército con sólo dieciséis años. Evitó su deber ciudadano mudándose a un país conocido por acoger extranjeros fugitivos. Mi tía se mudó sola varios años después, se casó con su primo, que vivía al frente, y se establecieron aquí. Poco a poco todos tuvieron su tiempo en Venezuela, luego se repartieron de vuelta. Hoy sólo quedan papá y tía, con sus familias de ascendencia portuguesa, como si estuvieran destinados a encontrarse entre la gente.

Papi se mudó con 16 buscando vida nueva. Conoció a alguien que conocía a alguien y al poco tiempo estaban cuadrándolo con mi tía. Ella ya tenía a otro Portu en la mira, y a papá le gustaba más mamá. Tenían 18 y 24 cuando se casaron, él 6 años mayor. En julio del 85 se decidieron. Después de ella graduarse y él haber montado un negocio, llegamos. Diez años de preparación era lo mínimo para tener cuatro hijos.

¿Cumplen todos el mismo día? ¡Pero ellas se parecen más! ¿Porqué sus nombres no comienzan con la misma letra? Son cosas que he escuchado toda mi vida. Podrá decirse que aprendí a hablar por hábito de esas palabras. Fuimos tema nuevo. Robando cámara donde quiera que fuéramos, la gente se emocionaba ante algo que yo tenía todos los días. ¿Cómo se siente ser un cuatrillizo? No les puedo responder porque no sé que se siente no serlo.

Primer contacto

“1, 2, 3: ¡Ya voy!” contó en alto una voz inocente. Desde debajo de la cama me dí cuenta de lo malo que éramos en el juego. Veía unos pies saliendo de la cortina, una figura compactándose contra el escritorio, y el que nunca se esfuerza mucho parado detrás de la puerta. Quien ganó o perdió no fue importante, pues nos armamos una protesta a favor de cambiar de cuarto. Escondidos vs. Buscador. Caminamos todos por el pasillo, no muy emocionados. Era lo único que hacíamos en vacaciones, en una casa aislada en el llano.

Antes de comenzar limpiamos nuestro nuevo espacio. Almohadas, sillas y otros estorbos al pasillo. El escondite: Extreme Edition. ¡No había lugar! Tres niños en un clóset, todo se cayó. Pausa. Recogíamos ropa cuando encontramos una billetera. Volteamos nuestro tesoro en el piso. Moneditas rodaron, el dinero no nos intrigaba. Pendientes del chicle, o al menos eso pensamos. Un paquetito cuadrado de contenido flexible. “Pruébalo”. Nadie quería abrirlo, buscamos a mamá. Se sorprendió.

¿Cómo que de donde lo sacamos? ¡Qué pregunta tan rara! “Bueno, es un plastiquito que papi usa cuando estamos.. solos”. Eso no es respuesta, sólo da más preguntas. “¿Para qué?” “Para –mamá nerviosa- no tener más hijitos”. “¿Y por qué?” “Porque a ustedes los queremos muchísimo y los otros se pondrían celosos”. Suficiente para mí. Volviendo al cuarto lo pensé bien. “Tal vez má no esté lista para decirme”.

miércoles, mayo 11

El Día Es Hoy

(ANTES)

(Esto es lo último que escribí. Todo está desordenado :) Empecé con un tono cómico pero no lo logré, siempre tengo que terminar dramática. Enjoy)



Sí  Hoy. Dos de mayo. Contraria a la palabra de mi profesor les voy a hablar del día de hoy. Imagínense qué aventuras me esperan si sigo este curso, tal que ya tengo suficiente material para escribir sobre hoy.

Desde el principio. Por supuesto, después de un mes de vacaciones, el domingo anterior a la vuelta-a-la-vida es la noche más difícil. No importa la dirección de tu reloj biológico o tus hábitos nocturnos. Este día no se duerme. Llamémoslo el día oficial del insomnio inducido por nerviosismo innecesario.

Podría encontrar razones para mi desfase más allá del cambio de rutina, pero tales eran las ganas de dormir, simplemente dormir, que me dispuse a dejar de pensar en ello. En cama a las diez. No logré nada. Realista como soy, encendí la computadora para cargar el primer episodio de la segunda temporada de 30 Rock. “Seinfeld Vision” se llama. ¿Cómo iba a saber que Cuevana.tv me agarraría cariño y cargaría capítulo tras capítulo al son de mi corazón, postergando mi descanso?

Se hicieron las once y media mientras Tracy Jordan peleaba con su esposa y di mi maratón por terminado. Como buena zombie anti-colegio, tomé mi teléfono para recapitular en Twitter las noticias perdidas que se resbalaban por la pantalla hace más de una hora. Para cuando leí que Obama hablaría en público ya se sabía la noticia. Le pedí a mi amiga mayamera que detallara la cadena. Ella ni idea. Computadora en mano, de link en link, podemos decir que escuché al Presidente de los Estados Unidos de América anunciar la muerte del campeón internacional del escondite, Osama Bin Laden.

Un mensaje. Un amigo. “¿Viste quién se murió?”- Esperé por lo obvio, pues ya estaba al tanto.- “Michael Jackson”. Entre el Rey del Pop y, si me permiten, el Rey del Grunge, Kurt Cobain, se me pasó otra hora. Conversábamos sarcásticamente sobre la pronta muerte de la genialidad en el mundo. “¿Y qué hacemos ahora?”.

“No sé, pero me voy a dormir”. –Insertar risas- ¡Ingenua! Nunca imaginé que la repentina muerte de un terrorista me privaría del sueño. Sería muy dramático decir que sentía a Osama acosándome en mi cuarto. Me gusta creer que soy exagerada a modo de excusa para que todo lo que oigo de noche entre en la categoría de paranormal. Cual niñita miedosa me enrollé en mis sábanas. Qué pena decirles que no caía en sueños por estar pensando en el difunto.

Figuré que leer noticias y ver televisión sólo me mantendría despierta; por lo que mantuve determinadamente mi posición respecto a mi horario. Me quedé en cama hasta que oí el último interruptor de la calle. Silenciosa, la noche. Mi cuerpo señalaba sed, mi cama me decía “Si te vas, terminamos”. Mi instinto, confundido, se preguntaba si lograría correr hasta la cocina y volver ilesa y satisfecha. Challenge accepted. Una versión minimalista y de poco presupuesto de “Run, Lola, Run”. En esto me convierto cuando la luz ya no me guía.

Más aún, en esto me he convertido. No es tanto el miedo a la oscuridad (porque me atrevo a atravesarla cual rayo) sino la absoluta aceptación del hecho de saber que no iba a dormir. Puedo vivir con eso.

De vuelta en cama y saturada de pensamientos, me dije en voz baja: “Cállate, vale. Mañana te vas a arrepentir”. Eran más de las dos cuando comencé a reconocer ese estado familiar de cansancio, que hace poco habría llegado a olvidar. Supongo que dormí. No lo puedo explicar.

Seis de la mañana de último primer día de cuarto año. ¡Qué reflejos de Ninja he desarrollado que apagan la alarma al momento! No estaría mal decir que vivo, para todo término, en Procrasti-Nación. Se hicieron las seis y treinta y siete conmigo aplastada contra el colchón. Al ver la hora abrí los ojos incrédula y salté del cuarto al baño al clóset a la cocina –se me quedó algo en el cuarto, ¡corre!-  y finalmente al carro para que mis compatriotas tuviesen el descaro de preguntarme “¿Qué hacías?”.

A medio camino entre la casa y el colegio recordé –exácticamente- el estante donde puse el paquete de masa para galletas que supuestamente prepararía como bienvenida de nuevo a mis 9 compañeros. Ah, mi amado cubículo de 2x4, con el aire por encender y casi sin luz por lo opaco de la mañana. Hablé muy pronto. Alguien causa un click. Mis ojos en blanco. ¡Pero que luz tan brillante! Aparentemente la tienda que patrocina luces de estadio decidió donarnos un par de reflectores. Ahora nos encontrábamos en un andar entre pupitres que reflejaban con fulgor la iluminación de un día nuevo, pero al que ya nos habíamos acostumbrado.

Soy de llegar temprano, así que tuve cerca de media hora para escuchar sobre las vacaciones de los demás y preparar mi mente para horas de estancamiento intelectual.
De cómo le fue a tal en Chile, a la otra en Miami, una que vio a mi familia más que yo y otro que visitó cierto campo de fútbol en cierta ciudad maravillosa el justo día de cierto partido específico que movió al mundo -el que realmente me interesaba, pero no me llegó a contar-.

Cuenta y cuenta. Bla, bla, bla. Saludos y abrazos. “Te extrañé”. “Si no me saluda yo no la saludo”. “Período de adaptación mis polainas”. “Plan de evaluación”. Sin darnos cuenta ya comenzaba la primera clase. Me gustaría decir que practicamos el acto de “¡Ahí viene!” como con la profesora de Francés, pero tocaba Literatura.

El propósito del profesor era claro y obvio. La idea principal era remover todo lo relacionado con las vacaciones de nuestra cabeza para ‘despertarnos’ de una siesta que duró un mes. Además de exprimir inútilmente nuestros cerebros, la primera hora del primer día nunca obtiene mucho fruto a pesar de conllevar un esfuerzo enorme para no dormir. “Bueno, bueno, vamos a clase. A escribir de una vez”. Se nos asignó un ensayo sobre un día. Cualquier día del reciente ‘hiato’ estudiantil.

Pensé en escribir sobre aquél día en la finca que marcó mi odio por los grillos el resto de mi vida, o de el otro en que no hice una sola cosa las 24 horas; pero escogí hoy. Se lo hice saber al comandante. “¿Hoy? No, vale, no escribas de hoy. ¿Qué vas a escribir si acaba de empezar?”. Toda la razón tenía. Acababa de empezar. El día que comenzaría a contar los pasos para mi último año. El día en que mi esfuerzo tomaría las riendas de mi futuro. El día en que me daría cuenta de que debo mirar hacia el frente. El reencuentro.

“Hoy es el primer día del resto de tu vida” escuché por ahí.

Jackeline Da Rocha

Amor por la lectura y la literatura


(Para entender este texto deben haber leído los tres escritos mencionados al comienzo; este fue un ejercicio de integración de textos en clase)



Sólo esto, no más. Esto es lo que tienen en común “Leer para vivir” de Juan Villoro, “Guillermo Sucre: La libertad y la cordura” de Gustavo Valle, y  “Sólo tengan relación con lo que aman” de Guilles Deleuze.

El primero dicta ejemplos en los que la lectura salva vidas en situaciones de emergencia. Si te sirve y es suficiente para escapar de una realidad agobiante, a un paraíso imaginario, por supuesto que se le atribuye más sentimiento en momentos de sufrimiento. En un mundo donde los niveles de apreciación a la lectura van más allá de la crianza cultural y el entorno social, se nos muestra un escape a la realidad. Leer bajo su propio riesgo. Toda carátula debiera advertir: “la tinta corrida en estas páginas le arrancará el corazón”, o “no hay vuelta atrás de la introducción”.

Siempre hay un final. Anunciado, por supuesto, pero a todos afecta. Guste o no, sin el final no hay transición completa. Sería como quedarse en el aire a medio vuelo. Pero antes de llegar a él hay un momento especial, ese pequeño lapsus en el que un ávido lector se reniega a culminar una aventura pero simultáneamente se apura para saber de qué va la cosa, uno más para la lista.

De vacaciones o encerrado, rico o pobre, artista o drogadicto, un libro no te sobra. Esa nube de letras estampadas en papel cuyo aroma disfrutamos cada vez más, es la corresponsal de un viaje maravilloso. Si te estás pudriendo, ya sea de soledad, de compañía, de depresión o de alegría, lomo, portada y cuartilla son lo último en salvación, aunque siempre estuvieron ahí.

Aduéñate de tu propio espacio aparte, toma de la mano tu destino y levanta esperanzadamente tus ojos hacia las páginas en vez de hacia la luz, pues son ellas el camino correcto.

El segundo habla de una persona principalmente en forma de guía al descubrimiento de la cualidad salvavidas de un libro. El cupido entre un novato y su autor favorito aun por conocer. Aquel profesor que infunde miedo hasta notar una confianza intrínseca que no puede ser más que una relación de “win/win”.

Si tu profesor tiene cierto aura de extrañeza, siempre habrá algo que aprender de él. Los callados son los más peligrosos. La oportunidad de tener un profesor escritor es irremediablemente razón para investigar su trabajo y leer su material; no sólo para tener de que hablar, sino para comprender más allá el porqué de su conducta, su carro, su peinado, y tantas innumerables trivialidades intrigantes que revelan a la persona detrás de “La máscara, la transparencia”.

“Poeta, ensayista, maestro. Tres vocaciones fundidas en una”. Y no una cualquiera. El maestro de ceremonias del circo no le pisa los talones. La envidia de cualquier literato: vivir de enseñar a leer, a escribir, a amar. Profesar una pasión debe ser de las profesiones más gratificantes, y aprender de alguien apasionado, una puerta al vacío lleno de placer.

La expresión de aprender a leer es totalmente diferente en este contexto. No involucra mirar la tinta, resonar ecos mentales y captar la mayoría de las palabras. Es “sembrar algo” o “rehacer el proceso de escritura”, para mí es construir un mundo nuevo, paralelo a todas mis páginas. Sabes que vas por buen camino cuando la relectura no es una técnica ni un repaso, se vuelve un vicio. Un alumno constante en atención y entusiasmo se vuelve un admirador.

Un profesor que suelta la mano del pupilo y lo deja para su propio redescubrimiento textual, ése es el que lleva a la libertad en cuestión de escritura. Si leer es acceder a una crítica, escribir es explorar críticamente de acuerdo a uno mismo. Por supuesto que, entonces, lectura y escritura son de la misma manera procesos de creación.  Más que libertad de conciencia, pienso que son drenajes de pensamientos. Una manera de filtrar lo que se cree en realidad y separarlo de todo lo demás que vive ocupando la mente. “Libertad bajo palabra: palabra como libertad en sí misma”.

El tercer y último texto trata sobre la sensibilidad, en un sentido de gustos en lectura. Propone no parar en el camino a estudiar todas las opciones, sino buscar directamente ese autor, esa persona que realmente se comunica con nosotros. Mucho más guiado hacia interés personal por elección, implica leer lo que gusta y al mismo tiempo dejar atrás las críticas a los que disgusta. Encontrarse con un libro, o en un libro, es lo que se debe buscar. A uno mismo dentro de las palabras de un autor que llama nuestro nombre para compartir moléculas. Porque si no encontramos lo que amamos, nuestra reacción hacia lo demás se vuelve genérica y seca, disfrazada de respuesta intelectual. Contra la amargura, una cucharadita de amor.



Jackeline Da Rocha

Yo no voté por esta idea

Vamos a dejarnos de hipocresía. La verdad está dicha. De hecho, la verdad es una línea que encabeza este intento de blog. <Yo nunca quise un blog>. No es enteramente verdadero, como tampoco es falso. Alguna que otra vez me retumbó la idea de tener una página en cualquier organización de modernistas unidos; pero mi mente le ganó a mi corazón. En pocas palabras: Soy Primeriza. Soz una Blog Virgin. Déjenme.

Podemos llamar a este blog la expresión de un colegio vanguardista pues, como saben, estos <Ramblings forced out of my head> son específicamente creados para una clase. La clase de Literatura del cuarto año de Humanidades. La clase que me ha llevado a escribir de mi infancia a las tres de la mañana; y más aún, a ayudar a mis compañeras a escribir de la suya. Me evaluaron la memoria. Chan Chan Chan. Este lapso pinta bien. Aunque comenzamos con esta idea, que puede ser un poco hipster para mi gusto; mi primer trabajo a realizar es más que mágico. Superman me va a escribir una carta. Detalles en la edición de las once.

Un conjuntico de diez blogcitos, todos principiantes menos la francesita. Ella sabe con quién es.

P.S.: La pre-evaluación de este texto por parte de mi profesor es la causa de un futuro texto sobre la cultura hipster. No estoy de acuerdo pero él posee el bolígrafo rojo. A la carga.