queyoque

miércoles, mayo 11

El Día Es Hoy

(ANTES)

(Esto es lo último que escribí. Todo está desordenado :) Empecé con un tono cómico pero no lo logré, siempre tengo que terminar dramática. Enjoy)



Sí  Hoy. Dos de mayo. Contraria a la palabra de mi profesor les voy a hablar del día de hoy. Imagínense qué aventuras me esperan si sigo este curso, tal que ya tengo suficiente material para escribir sobre hoy.

Desde el principio. Por supuesto, después de un mes de vacaciones, el domingo anterior a la vuelta-a-la-vida es la noche más difícil. No importa la dirección de tu reloj biológico o tus hábitos nocturnos. Este día no se duerme. Llamémoslo el día oficial del insomnio inducido por nerviosismo innecesario.

Podría encontrar razones para mi desfase más allá del cambio de rutina, pero tales eran las ganas de dormir, simplemente dormir, que me dispuse a dejar de pensar en ello. En cama a las diez. No logré nada. Realista como soy, encendí la computadora para cargar el primer episodio de la segunda temporada de 30 Rock. “Seinfeld Vision” se llama. ¿Cómo iba a saber que Cuevana.tv me agarraría cariño y cargaría capítulo tras capítulo al son de mi corazón, postergando mi descanso?

Se hicieron las once y media mientras Tracy Jordan peleaba con su esposa y di mi maratón por terminado. Como buena zombie anti-colegio, tomé mi teléfono para recapitular en Twitter las noticias perdidas que se resbalaban por la pantalla hace más de una hora. Para cuando leí que Obama hablaría en público ya se sabía la noticia. Le pedí a mi amiga mayamera que detallara la cadena. Ella ni idea. Computadora en mano, de link en link, podemos decir que escuché al Presidente de los Estados Unidos de América anunciar la muerte del campeón internacional del escondite, Osama Bin Laden.

Un mensaje. Un amigo. “¿Viste quién se murió?”- Esperé por lo obvio, pues ya estaba al tanto.- “Michael Jackson”. Entre el Rey del Pop y, si me permiten, el Rey del Grunge, Kurt Cobain, se me pasó otra hora. Conversábamos sarcásticamente sobre la pronta muerte de la genialidad en el mundo. “¿Y qué hacemos ahora?”.

“No sé, pero me voy a dormir”. –Insertar risas- ¡Ingenua! Nunca imaginé que la repentina muerte de un terrorista me privaría del sueño. Sería muy dramático decir que sentía a Osama acosándome en mi cuarto. Me gusta creer que soy exagerada a modo de excusa para que todo lo que oigo de noche entre en la categoría de paranormal. Cual niñita miedosa me enrollé en mis sábanas. Qué pena decirles que no caía en sueños por estar pensando en el difunto.

Figuré que leer noticias y ver televisión sólo me mantendría despierta; por lo que mantuve determinadamente mi posición respecto a mi horario. Me quedé en cama hasta que oí el último interruptor de la calle. Silenciosa, la noche. Mi cuerpo señalaba sed, mi cama me decía “Si te vas, terminamos”. Mi instinto, confundido, se preguntaba si lograría correr hasta la cocina y volver ilesa y satisfecha. Challenge accepted. Una versión minimalista y de poco presupuesto de “Run, Lola, Run”. En esto me convierto cuando la luz ya no me guía.

Más aún, en esto me he convertido. No es tanto el miedo a la oscuridad (porque me atrevo a atravesarla cual rayo) sino la absoluta aceptación del hecho de saber que no iba a dormir. Puedo vivir con eso.

De vuelta en cama y saturada de pensamientos, me dije en voz baja: “Cállate, vale. Mañana te vas a arrepentir”. Eran más de las dos cuando comencé a reconocer ese estado familiar de cansancio, que hace poco habría llegado a olvidar. Supongo que dormí. No lo puedo explicar.

Seis de la mañana de último primer día de cuarto año. ¡Qué reflejos de Ninja he desarrollado que apagan la alarma al momento! No estaría mal decir que vivo, para todo término, en Procrasti-Nación. Se hicieron las seis y treinta y siete conmigo aplastada contra el colchón. Al ver la hora abrí los ojos incrédula y salté del cuarto al baño al clóset a la cocina –se me quedó algo en el cuarto, ¡corre!-  y finalmente al carro para que mis compatriotas tuviesen el descaro de preguntarme “¿Qué hacías?”.

A medio camino entre la casa y el colegio recordé –exácticamente- el estante donde puse el paquete de masa para galletas que supuestamente prepararía como bienvenida de nuevo a mis 9 compañeros. Ah, mi amado cubículo de 2x4, con el aire por encender y casi sin luz por lo opaco de la mañana. Hablé muy pronto. Alguien causa un click. Mis ojos en blanco. ¡Pero que luz tan brillante! Aparentemente la tienda que patrocina luces de estadio decidió donarnos un par de reflectores. Ahora nos encontrábamos en un andar entre pupitres que reflejaban con fulgor la iluminación de un día nuevo, pero al que ya nos habíamos acostumbrado.

Soy de llegar temprano, así que tuve cerca de media hora para escuchar sobre las vacaciones de los demás y preparar mi mente para horas de estancamiento intelectual.
De cómo le fue a tal en Chile, a la otra en Miami, una que vio a mi familia más que yo y otro que visitó cierto campo de fútbol en cierta ciudad maravillosa el justo día de cierto partido específico que movió al mundo -el que realmente me interesaba, pero no me llegó a contar-.

Cuenta y cuenta. Bla, bla, bla. Saludos y abrazos. “Te extrañé”. “Si no me saluda yo no la saludo”. “Período de adaptación mis polainas”. “Plan de evaluación”. Sin darnos cuenta ya comenzaba la primera clase. Me gustaría decir que practicamos el acto de “¡Ahí viene!” como con la profesora de Francés, pero tocaba Literatura.

El propósito del profesor era claro y obvio. La idea principal era remover todo lo relacionado con las vacaciones de nuestra cabeza para ‘despertarnos’ de una siesta que duró un mes. Además de exprimir inútilmente nuestros cerebros, la primera hora del primer día nunca obtiene mucho fruto a pesar de conllevar un esfuerzo enorme para no dormir. “Bueno, bueno, vamos a clase. A escribir de una vez”. Se nos asignó un ensayo sobre un día. Cualquier día del reciente ‘hiato’ estudiantil.

Pensé en escribir sobre aquél día en la finca que marcó mi odio por los grillos el resto de mi vida, o de el otro en que no hice una sola cosa las 24 horas; pero escogí hoy. Se lo hice saber al comandante. “¿Hoy? No, vale, no escribas de hoy. ¿Qué vas a escribir si acaba de empezar?”. Toda la razón tenía. Acababa de empezar. El día que comenzaría a contar los pasos para mi último año. El día en que mi esfuerzo tomaría las riendas de mi futuro. El día en que me daría cuenta de que debo mirar hacia el frente. El reencuentro.

“Hoy es el primer día del resto de tu vida” escuché por ahí.

Jackeline Da Rocha

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