queyoque

lunes, mayo 16

Mi primera lectura

“El libro de los 365 cuentos infantiles” es de los más trascendentes en mi casa. Aunque no recuerdo si leía o me leían, es le libro que lleva mi memoria más atrás. Entre mis cuentos favoritos siempre estuvo el de aquél Rey que creyó a su sastre que estaba impecablemente vestido, cuando en realidad salía al público desnudo, completamente destapado, perdiendo así toda credibilidad y respeto de sus súbditos.

Muchas de las historias me hacían gracia, pero hasta ahí. Años después los vuelvo a leer y entiendo detalles que no significaban nada para mí. Cuando pienso en esto me doy cuenta que es aplicable a toda mi infancia; como repasar mis recuerdos y capturar un momento que escapa totalmente mi comprensión pero que ahora tiene muchísimo sentido.

Mamá comenta que varias veces quise ser hija única, no era fácil compartir la atención con otros tres. Se puede decir que entre todos sumábamos más juguetes que los demás niños, o un centenar de niñeras y enfermeras siempre pendientes de un mínimo ruido que iniciara el llanto de uno de nosotros (porque como buenos líderes y seguidores, llorábamos todos). Ese canto de lloraderas al unísono no se olvida.

Las ocasionales revisadas de nuestras fotos favoritas llevan siempre a un sinfín de anécdotas de risa para unos, de rabia resentida para otros, y hasta de reflexión algunas veces. Mi infancia fue más que entretenida, siempre acompañada, a veces celosa, pero aprendiendo a compartir. Forjó la habilidad para conllevar todo aspecto de la vida diaria con los mismos tres bebés con que leía mis cuentos favoritos.

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