queyoque

lunes, mayo 16

Experiencia escolar

(Este texto lo dedico a Valentina, porque puedo)


La alarma de mamá sonó a las seis como todos los otros días, pero éste era diferente. No tuve que ponerme el uniforme, pues no iba al colegio. Iba a un colegio, sí, pero no al mío. Un colegio completamente extraño a mis sentidos. Hasta hoy recuerdo lo que vi cuando entré. Niñas gimnastas saltando y volando por todas partes. Me emocioné a pesar de haberlo visto antes, pues era diferente a la gimnasia que yo hacía, tal vez sólo porque era gente desconocida.

En fila detrás de una señora que mamá dijo era confiable, subimos dos pisos y seguimos por varios pasillos a un salón con cuatro mesitas. Cada una tenía una prueba. Aquí es todo borroso, supongo que no presté mucha atención. ¿Multiplicar por cero? ‘Señora, a mí no me han enseñado esto’. ‘Está bien, mi amor, sigue con lo demás’. Aliviada por un tono condescendiente terminé la prueba rápido y salí a encontrarme con mamá.

Nos llevaron a otro salón, pero ésta vez lleno de niños extraños. Estaban cubiertos de escarcha dorada y pega. Examiné mi alrededor asustada. Cuando volteé, mamá y la señora no tan confiable se habían ido. Una señora nueva me invitó a unirme a los demás, me pasó una caja de pitillos y me presentó a Valentina. Ella también tenía pitillos, me sentí mejor. Valentina me enseñó a hacer collares rarísimos y me explicó que así los usaban los egipcios. Estaban preparando su proyecto sobre Egipto. ‘Con razón todos dorados, pintando gente plana con brazos raros’, pensé. El resto de la hora estuve haciendo collares, viendo todo tipo de expresiones artísticas que se pueden encontrar en un salón de segundo grado imitando una antigua cultura.

A la hora del almuerzo bajé con Sara y nos sentamos en la esquina de una mesa. No hablamos con nadie hasta que una niña se sentó cerca. Ella comía ensalada. A mí me gusta mucho el tomate. Hice que Sara le pidiera uno a Marianne, que luego sería su mejor amiga. Creo que hablamos de su ensalada y de los otros niños. Tampoco presté mucha atención a esto porque estaba asombrada, nunca había almorzado en el colegio.

Pensando que era cosa de una sola vez, me despedí de mis conocidas-por-un-día como si no las volvería a ver. Nunca entendí bien que hacíamos ahí hasta que oficialmente empezamos clases. Tercer grado, Valentina estaba en mi salón y me gustaba mi maestra nueva. Agradecí que la señora no tan confiable no fuera mi maestra, era la de la otra sección. Nuevo horario, nuevas clases, nueva forma de almorzar. Tiempo para hacer nuevos recuerdos.

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