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miércoles, mayo 11

Amor por la lectura y la literatura


(Para entender este texto deben haber leído los tres escritos mencionados al comienzo; este fue un ejercicio de integración de textos en clase)



Sólo esto, no más. Esto es lo que tienen en común “Leer para vivir” de Juan Villoro, “Guillermo Sucre: La libertad y la cordura” de Gustavo Valle, y  “Sólo tengan relación con lo que aman” de Guilles Deleuze.

El primero dicta ejemplos en los que la lectura salva vidas en situaciones de emergencia. Si te sirve y es suficiente para escapar de una realidad agobiante, a un paraíso imaginario, por supuesto que se le atribuye más sentimiento en momentos de sufrimiento. En un mundo donde los niveles de apreciación a la lectura van más allá de la crianza cultural y el entorno social, se nos muestra un escape a la realidad. Leer bajo su propio riesgo. Toda carátula debiera advertir: “la tinta corrida en estas páginas le arrancará el corazón”, o “no hay vuelta atrás de la introducción”.

Siempre hay un final. Anunciado, por supuesto, pero a todos afecta. Guste o no, sin el final no hay transición completa. Sería como quedarse en el aire a medio vuelo. Pero antes de llegar a él hay un momento especial, ese pequeño lapsus en el que un ávido lector se reniega a culminar una aventura pero simultáneamente se apura para saber de qué va la cosa, uno más para la lista.

De vacaciones o encerrado, rico o pobre, artista o drogadicto, un libro no te sobra. Esa nube de letras estampadas en papel cuyo aroma disfrutamos cada vez más, es la corresponsal de un viaje maravilloso. Si te estás pudriendo, ya sea de soledad, de compañía, de depresión o de alegría, lomo, portada y cuartilla son lo último en salvación, aunque siempre estuvieron ahí.

Aduéñate de tu propio espacio aparte, toma de la mano tu destino y levanta esperanzadamente tus ojos hacia las páginas en vez de hacia la luz, pues son ellas el camino correcto.

El segundo habla de una persona principalmente en forma de guía al descubrimiento de la cualidad salvavidas de un libro. El cupido entre un novato y su autor favorito aun por conocer. Aquel profesor que infunde miedo hasta notar una confianza intrínseca que no puede ser más que una relación de “win/win”.

Si tu profesor tiene cierto aura de extrañeza, siempre habrá algo que aprender de él. Los callados son los más peligrosos. La oportunidad de tener un profesor escritor es irremediablemente razón para investigar su trabajo y leer su material; no sólo para tener de que hablar, sino para comprender más allá el porqué de su conducta, su carro, su peinado, y tantas innumerables trivialidades intrigantes que revelan a la persona detrás de “La máscara, la transparencia”.

“Poeta, ensayista, maestro. Tres vocaciones fundidas en una”. Y no una cualquiera. El maestro de ceremonias del circo no le pisa los talones. La envidia de cualquier literato: vivir de enseñar a leer, a escribir, a amar. Profesar una pasión debe ser de las profesiones más gratificantes, y aprender de alguien apasionado, una puerta al vacío lleno de placer.

La expresión de aprender a leer es totalmente diferente en este contexto. No involucra mirar la tinta, resonar ecos mentales y captar la mayoría de las palabras. Es “sembrar algo” o “rehacer el proceso de escritura”, para mí es construir un mundo nuevo, paralelo a todas mis páginas. Sabes que vas por buen camino cuando la relectura no es una técnica ni un repaso, se vuelve un vicio. Un alumno constante en atención y entusiasmo se vuelve un admirador.

Un profesor que suelta la mano del pupilo y lo deja para su propio redescubrimiento textual, ése es el que lleva a la libertad en cuestión de escritura. Si leer es acceder a una crítica, escribir es explorar críticamente de acuerdo a uno mismo. Por supuesto que, entonces, lectura y escritura son de la misma manera procesos de creación.  Más que libertad de conciencia, pienso que son drenajes de pensamientos. Una manera de filtrar lo que se cree en realidad y separarlo de todo lo demás que vive ocupando la mente. “Libertad bajo palabra: palabra como libertad en sí misma”.

El tercer y último texto trata sobre la sensibilidad, en un sentido de gustos en lectura. Propone no parar en el camino a estudiar todas las opciones, sino buscar directamente ese autor, esa persona que realmente se comunica con nosotros. Mucho más guiado hacia interés personal por elección, implica leer lo que gusta y al mismo tiempo dejar atrás las críticas a los que disgusta. Encontrarse con un libro, o en un libro, es lo que se debe buscar. A uno mismo dentro de las palabras de un autor que llama nuestro nombre para compartir moléculas. Porque si no encontramos lo que amamos, nuestra reacción hacia lo demás se vuelve genérica y seca, disfrazada de respuesta intelectual. Contra la amargura, una cucharadita de amor.



Jackeline Da Rocha

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