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lunes, mayo 16

Hablando de familia

El día comenzó raro: una llamada de papá distante para una visita inesperada. Sólo me senté ahí, confundida. Las palabras las entendí todas pero no lo había captado. Rebotaban en mi mente sin sentido. “Se murió el abuelo”. Me lo dijo papá pensativo y preocupado. Hace más de cinco años que lo sé aunque no fue hasta hace dos años, cuando lo discutimos abiertamente por primera vez, que me pegó. Puede no ser la mejor memoria, pero él es lo que pienso cuando se hace referencia a mi pasado.

Las historias de mis abuelos coinciden en varios puntos.  Ambos lados de la familia provienen de Portugal. Aunque de diferentes pueblos, la vida campesina es parecida: levantarse con el sol, perseguir para comer, criar para vender, y con el peso del esfuerzo en la espalda, irse a dormir al anochecer. Pocas son las diferencias entre el centro del país y la isla, pero son remarcadas. Los primeros en sucumbir a las tentaciones tropicales fueron los papás de mi mamá, que tenían el clima más parecido a lo que se puede llamar tropical. Esperando una mejor vida en un país en ascenso. Como si hubiera sido planeado, tuvieron su primera hija después de llegar. Ya establecidos con parte en un negocio de familia, dos años más tarde llegó mi mamá. Pasearon los cuatro a Portugal, donde se tuvo la tercera y devuelta a Caracas. Una hija más y el único hijo, y estaban listos. Muchas anécdotas de riñas y venganzas malvadas me dieron pie para idear unas propias, pero ellos la tenían peor. Eran cinco, todos de edades diferentes, y tenían que cuidarse unos a otros mientras abuela y abuelo atendían el restaurante.

Los papás de papá no se rindieron. Hoy se mantiene en pie mi abuela de metro y medio, plantando y cosechando a diario, bañándose y peinándose de vez en cuando, y perfumándose para las misas en honor al abuelo. Era una vida dura, cuatro niños y una niña que cursaron hasta el cuarto grado y se dieron al trabajo de campo. El mayor, Raúl, es el único estudiado y graduado de arquitecto. Segundo viene Augusto, que entre matrimonios y compañías contractoras terminó en la campiña francesa. Lorenzo vive, hasta el sol de hoy, en la casa que construyó al lado de la de la abuela, trabajando el terreno del frente para venta y comida. Quedan mi papá y Dorinda, los menores. Papi ya había pensado en irse, el hecho que disparó sus motivos fue la recluta al ejército con sólo dieciséis años. Evitó su deber ciudadano mudándose a un país conocido por acoger extranjeros fugitivos. Mi tía se mudó sola varios años después, se casó con su primo, que vivía al frente, y se establecieron aquí. Poco a poco todos tuvieron su tiempo en Venezuela, luego se repartieron de vuelta. Hoy sólo quedan papá y tía, con sus familias de ascendencia portuguesa, como si estuvieran destinados a encontrarse entre la gente.

Papi se mudó con 16 buscando vida nueva. Conoció a alguien que conocía a alguien y al poco tiempo estaban cuadrándolo con mi tía. Ella ya tenía a otro Portu en la mira, y a papá le gustaba más mamá. Tenían 18 y 24 cuando se casaron, él 6 años mayor. En julio del 85 se decidieron. Después de ella graduarse y él haber montado un negocio, llegamos. Diez años de preparación era lo mínimo para tener cuatro hijos.

¿Cumplen todos el mismo día? ¡Pero ellas se parecen más! ¿Porqué sus nombres no comienzan con la misma letra? Son cosas que he escuchado toda mi vida. Podrá decirse que aprendí a hablar por hábito de esas palabras. Fuimos tema nuevo. Robando cámara donde quiera que fuéramos, la gente se emocionaba ante algo que yo tenía todos los días. ¿Cómo se siente ser un cuatrillizo? No les puedo responder porque no sé que se siente no serlo.

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